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Thomas S. Monson presidente y profeta de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, En esta pequeña colección de citas, él nos recuerda el verdadero espíritu de la Navidad, que no se trata de recibir regalos, sino de recordar al Salvador, Jesucristo, y rendir homenaje a Su regalo para nosotros.
El dar, no el recibir
El dar, no el recibir, hace florecer plenamente el espíritu de la Navidad. Se perdona a los enemigos, se recuerda a los amigos y se obedece a Dios. El espíritu de la Navidad ilumina la ventana panorámica del alma por la que contemplamos la vida agitada del mundo y nos hace interesarnos más por las personas que por los objetos. Para comprender el verdadero significado del “espíritu de la Navidad”, sólo tenemos que recordar de quién es el nacimiento que celebramos ese día y entonces se convierte en el “Espíritu de Cristo”.
Si tenemos el espíritu de la Navidad, recordamos a Aquel cuyo nacimiento conmemoramos en esta época del año. Con la imaginación, contemplamos aquella primera Navidad predicha por los profetas de la antigüedad. Así como yo, ustedes recordarán las palabras de Isaías: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” 4, que significa “Dios con nosotros”.
En el continente americano, los profetas dijeron: “Porque he aquí que viene el tiempo, y no está muy distante, en que con poder, el Señor Omnipotente… morará en un tabernáculo de barro… sufrirá tentaciones, y dolor… Y se llamará Jesucristo, el Hijo de Dios”.
Entonces llegó aquella noche de noches en que los pastores se hallaban en los campos y el ángel del Señor apareció ante ellos, anunciándoles el nacimiento del Salvador. Más adelante, los magos viajaron desde el Oriente hasta Jerusalén, “diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle…
“Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”.
Los tiempos cambian; los años pasan en rápida sucesión; pero la Navidad continúa siendo sagrada. En esta maravillosa dispensación de la plenitud de los tiempos, las oportunidades que tenemos de dar parte de nosotros mismos son verdaderamente ilimitadas, pero también son perecederas. Hay corazones que alegrar, palabras bondadosas que expresar, regalos que dar, buenas acciones que llevar a cabo. Hay almas que salvar.
Thomas S. Monson, “La mejor de las Navidades”, Liahona, diciembre de 2008, págs. 2–6Mi Tesoro literario de Navidad
En esta época del año, mi familia sabe que volveré a leer mi tesoro literario de Navidad y a meditar en las maravillosas palabras de sus escritores. El primero será el Evangelio de Lucas, en concreto el relato de la Natividad. Después leeré Canción de Navidad, de Charles Dickens, y por último, “The Mansion” (La mansión), de Henry Van Dyke.
Siempre que leo esos libros inspirados, tengo que enjuagarme las lágrimas, ya que me conmueven profundamente, como ocurrirá con ustedes.
Dickens escribió: “Siempre he considerado la Navidad, al llegar esa época… como un tiempo especial: un tiempo agradable de bondad, perdón y caridad; la sola época en el largo calendario del año en que hombres y mujeres, por acuerdo común, parecen abrir libremente sus corazones y consideran a los que son sus inferiores como si en verdad fuesen compañeros hasta la tumba, y no como otra raza encaminada hacia otras jornadas”.
En su obra ya clásica, Canción de Navidad, el ahora arrepentido personaje de Dickens, Ebenezer Scrooge, declara finalmente: “Honraré la Navidad en mi corazón y trataré de conservar su espíritu durante todo el año. Viviré en el pasado, el presente y el futuro; el espíritu de los tres permanecerá en mi interior y no desecharé las lecciones que tienen para mí”.
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que fue sobrecargado con “dolores, experimentado en quebranto”10, habla a todo corazón atribulado y le concede el don de la paz: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.
Thomas S. Monson, “Los regalos de la Navidad”, Liahona, diciembre de 2003, pág. 2–5
La Navidad es profecía cumplida
En la víspera de Su nacimiento, la voz del Señor vino a Nefi, diciendo: “Alza la cabeza y sé de buen ánimo, pues he aquí, ha llegado el momento; y esta noche se dará la señal, y mañana vengo al mundo para mostrar al mundo que he de cumplir todas las cosas que he hecho declarar por boca de mis santos profetas”.
¿Qué declararon los santos profetas de antaño? Más de 700 años antes del nacimiento de Cristo, Isaías profetizó: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”.
En el continente americano, el rey Benjamín dijo: “Porque he aquí que viene el tiempo, y no está muy distante, en que con poder, el Señor Omnipotente… morará en un tabernáculo de barro… sufrirá tentaciones, y dolor… Y se llamará Jesucristo, el Hijo de Dios, el Padre del cielo y de la tierra, el Creador de todas las cosas desde el principio; y su madre se llamará María”.
Entonces llegó la más importante de las noches en que los pastores velaban en los campos y se les apareció el ángel del Señor, anunciándoles: “…No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo… que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”.
Los pastores fueron deprisa al pesebre a tributar honores a Cristo el Señor. Más tarde, viajaron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: “…¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle… Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”.
Desde aquel entonces, el espíritu de dar obsequios ha estado presente en la mente de cada cristiano al conmemorar la época de la Navidad. Nuestro Padre Celestial nos dio a Su Hijo Jesucristo; ese precioso Hijo nos dio Su vida, la Expiación, y la victoria sobre la tumba.
¿Qué daremos, ustedes y yo, este año para la Navidad? Que en nuestra vida obsequiemos a nuestro Señor y Salvador el don de la gratitud al vivir Sus enseñanzas y seguir Sus pasos. De Él se dijo que “anduvo haciendo bienes”8. Al emular Su ejemplo, gozaremos del espíritu de la Navidad.
Thomas S. Monson, “¿Qué es la Navidad?”, Liahona, diciembre de 1998, pág. 3